BITACORA DEL DESHIELO


BITACORA DEL DESHIELO

[ febrero 14, 2006 ]

UN CUERPO MUERTO NO VENGA INJURIAS

 

Una nube perseguía al viento a lo lejos, mientras la sangre corría frágil por uno de mis costados, por mi brazo. El púrpura inconfundible pegoteaba mi ropa. Un olor a grasa, a metal oxidado, me llenaba la nariz. Esto es fácil, pensaba; este tránsito es sencillo. Más difícil fue lo anterior. La carrera, la huída ahora apenas venía a mi mente. Hace tan sólo 24 horas sería imposible creer esta situación; sólo una puesta de sol y algunas horas más yo era un hombre... normal, gris. Y creía que amaba.
Todavía me aferro a que ocurra algo; a que me salve esa suerte que siempre tuve conmigo y que ahora al parecer se me escapa. Escuché que al anochecer. Sólo al anochecer. Escucho, por hacer tiempo mientras la debilidad me salva, los sonidos de este pequeño mundo. Una pequeña ave trina mientras salta de un árbol a otro. Apresurada. No alcanzo a seguir sus movimientos rápidos pero sé que continúa cerca.
Volteó con parsimonia, el dolor arrecia con cada movimiento. El sol empieza a ocultarse a mi izquierda, en los árboles. Hace algunos momentos me lastimaba los ojos y yo maldecía; ahora tengo miedo de la oscuridad que se avecina, y preferiría mil veces la luz hiriente sobre mi cara. ¡Desearía tanto no haber caído, no haberme herido!
Maldita la hora en que desperté. Es cierto que soñé tanto que por un buen rato tuve los sentidos embotados y sensaciones que chocaban con la realidad de los ojos abiertos. Mi cuerpo, mi mente sentían lo que ya no estaba presente. Me hallaba inmerso en una furia sin objeto, en un miedo atroz por inexplicable. Entre todo, destacaba un deseo total, imbécil, infinito pero sin causas.
El delirio de las sensaciones se agudizó conforme pasaban las horas. Ahora dominaba la ira; ahora, la frenética ansia. El trabajo en la gris oficina no tenía importancia y las paredes de mi casa eran una celda, un desierto. Mis libros no me dieron ningún consuelo; ninguna calma. El gris del aparato de sonido apenas me incitaba a algo más que mirar sus bordes brillantes.
Busqué la manera, con desesperación, de controlar esto que no era yo pero que se adueñaba de mi mismo. Ver televisión atizaba la hoguera que era yo. Detestaba la mudez y superficialidad de este teléfono; cuyo único valor era una voz sin rasgos, una cercanía falsa.
Caminar, salir. Escapar de aquí. Órdenes impuestas por mí, para mí; y cumplidas. Me miré, al pasar, en un espejo. No recordaba esa mirada, ese porte, los pasos violentos. Tampoco los ojos tan hundidos, tan llenos de brillo, los rasgos tan agudos. No, no era yo, pero era mi cuerpo. El cabello revuelto de siempre, el cuello, la altura. La frente ahora tensa, ahora cruzada de arrugas. Las manos enormes, plenas de venas azulosas a pesar de la piel oscura; las uñas blancas.
Caminar, salir. Escapar de aquí. Ese era el imperativo. A pesar de mi nueva apariencia, posiblemente más en mi mente que en mi cuerpo, abandoné el viejo hogar. Eran las doce del día, una hora llena de significados.

Reyes
[1:05 p.m.]

Comments: Publicar un comentario