BITACORA DEL DESHIELO


BITACORA DEL DESHIELO

[ septiembre 22, 2005 ]

MONTADO EN LA YEGUA DE LA NOCHE

 

Medianoche. Las maderas de esta vieja habitación truenan mientras pierden calor. Parecen cambiar de color las paredes conforme pasa el tiempo. Cambian a una tonalidad ceniza, desleída. Crujen los resortes de la cama y la sed abrasa. En las oscuridades de las esquinas se esconde no el diablo sino la miseria. La ventana pequeña apenas trasluce la luz amarillenta de un farol viejo, olvidado hasta por la ley de Murphy. Tiras claras en el suelo y a veces el zumbido de un insecto que no se resigna a olvidar la cena. Apenas algunos reflejos luminosos en el espejo empotrado junto a la puerta junto a las fotos junto a la televisión vetusta junto al librero lleno de ejemplares rotosos junto a un escritorio prodigo en polvo junto a una cama de cobija vieja; y sobre ella yo.
Nada salva, ni siquiera el sonido del despertador desechable. Tric, tric, tric. No avanza a la velocidad deseada y nadie más en la casa. Nadie, sólo esa botella de mezcal barato sobre la mesa. Viento en la calle, frío en el alma. Los ojos abiertos como un culpable, las manos temblorosas; el miedo a un mañana que sea igual al ayer. Los cigarros amuletos para sobrevivir este abandono de mí mismo.
Los recuerdos brillan como luciérnagas y luego se pierden en la bruma. Ojos quemadura, pulso de sismo. ¿Será posible? ¿Hay alguien ahí?
Y empiezan los golpes contra la pared, que casi vienen de mi mente. Los escucho, no me muevo. Uno, dos, tres; seguidos. Y vuelven a empezar. Alfabeto ajeno. Ardiente la boca. El consuelo es ese sabor amargo.

Reyes
[3:31 p.m.]

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