BITACORA DEL DESHIELO


BITACORA DEL DESHIELO

[ agosto 12, 2005 ]

Sus ojos profundos

 

Miraba sólo sus ojos. No hace frío, no llueve; es un hermoso día. -Quisiera decir que sí, que te quiero. No puedo. Con estas palabras su mirada se tornaba oscura. No dijo nada, quizás sólo su respiración se hizo más profunda. Qué extraño poder tienen las mujeres, pueden detener el tiempo cuando no hablan. Algo a nuestro alrededor, como una burbuja, como una esfera estalló en pedazos. Y la muerte se acercó un poco más. Detrás de ella, jugueteaba con su cabello como un amante; a mi espalda, soplaba un aliento frío y seco. No hay viento, y el cielo azul no deja ver ni una nube. Es hermosa; pero ahora de una belleza dura. Amarga hasta el detalle más pequeño. Al tacto, su brazo pierde calor; vigor. El silencio se instala entre nosotros.
No puedo soltarme, cada vez que intento tomar el cigarro que ella tiene en la mano, su mirada me traba en la parálisis.
Es una hermosa mujer, es un ángel terrible. La transformación fue instantánea. Su mismo cuerpo se replegó. Brazos y piernas tendieron a la gravedad de su centro. Temblaban mis mános; extrañamente vibraban cuando ella respiraba. No. No se merece ese dolor. Tampoco yo merezco la situación. ¿Por qué ocurren así las cosas?, ¿por qué heredamos antes que nada la posibilidad del dolor?
Unos metros más allá, un árbol se mece con un viento imperceptible. El ruido de autos irrumpe caótico entre ambos. Esta clara habitación escapa de sus límites hasta convertirse en un desierto.
Sigo mirando. Una palabra, una maldición. Quiero saber que ya no rebullen las ideas en ella. Quisiera decirle que la quiero, es verdad. Me duele tanto haber dicho esas palabras. Ciertas y punzantes.
La veo así: dureza en su semblante. Y quiero recordarla en su alegría, en esos momentos de mansedumbre.
Ella lo sabía desde antes, lo presentía. Cuando estábamos juntos y faltaba esa unión; ausencia de la búsqueda de nosotros entre la gente. Últimamente, yo me engañaba. Nos alejábamos tanto que algunas veces casi no pudimos encontrarnos. Ahora se lo he dicho. Quizás lo que más me duele es que son verdades.
Nueve palabras que pueden clavarse muy adentro. Que cortan su sonrisa, que destrozan este bello engaño que mantuvimos algún tiempo como tabla de salvación. Un minuto que es infinito mientras ves su cara, sus ojos bulletes de ideas, de letras.
En una bebida, sobre la mesa, mueren unos hielos. Se puede notar el vapor que escapa del vaso; sus paredes mojadas. Sus contornos húmedos.
No dice nada. Mira. Tiemblan los párpados. Aprieta sus manos. Nadie viene. Sombras en su rostro; arrugas en su frente. ¿Terminará?

Reyes
[2:41 p.m.]

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