BITACORA DEL DESHIELO


BITACORA DEL DESHIELO

[ junio 22, 2004 ]

UN LAGO NEGRO

 

De repente te hundes y a pesar de los mover más las manos, por más desesperada búsqueda de asideros que intentes: no puedes salir. Tragas un agua salobre y oscura. Y en el estómago pesa como una lápida. Te irrita los ojos y quieres cerrarlos; te inunda la nariz y deseas ya no respirar; llena tus oídos y por escapar de esa sensación piensas en dejar de escuchar. La tristeza es un lago negro e interminable. Pican sus ondas en orillas de arena oscura y filosa con lasitud. Algunos árboles se resisten a fallecer en sus márgenes pero rocían el líquido con un fruto de un sabor amargo y profundo. De vez en cuando sube el nivel y los árboles son hartados, se anegan los caminos. Sin embargo, es difícil precisar si estaban primero los árboles o es más arcaico el lago. Siempre, hacía el centro, como una isleta se vislumbra un árbol añejo y sin hojas, pulido en su superficie de un verde aceitoso. Es extraño: las ramas están cubiertas de espinas. Cuentan viejas historias la esporádica llegada de ancianos y la existencia de un camino que sólo llega; una senda sin retroceso. Algunos de ellos, se pasan días mirándose en sus aguas repelentes; algunos más miran el cielo, miran la tierra, observan el horizonte en su reflejo. Ambos terminan atrapados en el agua. ¿Para qué ver más allá, para qué verse a sí mismos si la única visión posible es la desolación? Lo único visible es un cuerpo quebrado, un mundo recorrido por el viento que destrozó las más maravillosas edificaciones. La historia cambia, a mí me la hizo saber un tío. Ustedes la conocerán, no se preocupen, a su debido tiempo.

Reyes
[3:13 p.m.]

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