BITACORA DEL DESHIELO


BITACORA DEL DESHIELO

[ marzo 09, 2004 ]

UN TEMA MÓRBIDO PARA EL DÍA DE HOY

 

"Sí: era mi mejor amigo. En eso no hay duda: y yo su mejor amigo. Pero estos últimos tiempos ya no le podía aguantar: adivinaba todo lo que yo pensaba. No había modo de escapar. Aun a veces me decía lo que todavía pugnaba por tomar forma en mi imaginación. Era vivir desnudo. "

Max Aub, Crímenes ejemplares

El anterior fragmento del francésespañolmexicano viene a cuento por una relación de hechos conocida hace mucho tiempo por mí. Mi padre la cuenta periódicamente entre asombrado y nostálgico, quizás. Era una noche común en Villa González Ortega, los hombres se empeñaban en limpiar el polvo de sus gargantas con ese mezcal fuerte que se vende baratísimo, mientras que las mujeres se encerraban en sus casas, a piedra y polvo para escapar de no sabían qué y de las madrizas que pudieran atizarles sus maridos o padres.
El pueblo, como es normal en la zona este del estado de Zacatecas, vivía la época de ociosidad impuesta por la tierra: era tiempo de secas y el trabajo era mínimo. Las noches de ese periodo se sobrevivían más gracias a la existencia del alcohol que a la esperanza. El dinero, poco, funcionaba sólo para ir sobrellevando la vida. Noche iluminada apenas por estrellas frías y algunas lámparas de aceite.
Un grupo de amigos, por supuesto todos hombres, se reunían en torno a una botella que rolaba entre todos. De ellos, había dos que eran muy amigos desde la niñez. Avanzaba la noche y el humo de cigarros fuertes, baratos y amargos llenaba los huecos entre ellos. La conversación versaba sobre los temas de siempre: la siembra, las viejas historias, las historias de viejas, hasta que el ánimo fue decayendo y se rompió la reunión en una serie de corrillos de plática lenta y pesada.
Entre los dos amigos principales de nuestra historia no había muchas palabras porque casi todo estaba dicho más de una vez, o intuido. De pronto una pregunta: -Compadre, ¿dónde tiene el corazón? Todos prestaron atención a lo extraño de la interrogante, incluido el referido. Pasaron algunos segundos, de reflexión, de búsqueda de un segundo sentido a la oración. El aludido contestó, a la vez que señalaba doblando el brazo. -Aquí. -¿Dónde, aquí? Señala con seguridad Juan. Todo paso con velocidad. Con una mano experimentada sacó una daga, de esas utilizadas en las labores del campo, larga y curva, y la enterró exactámente ahí. La sorpresa fue de todos. Juan no creía lo fácil que se hundió el arma hasta la empuñadura. Pedro colocó en todos una mirada de sorpresa, mientras iba adquiriendo una tonalidad blanca. El cuchillo hasta el fondo no permitía la salida de la sangre. El herido mudó su expresión hacia una lasitud pocas veces vista en el hombre. Parecía una estatua de piedra hasta que se desplomó. Juan no se fue, miró el ritual hasta el último minuto. Fue culpable desde antes de consumar la acción.
Sirvan las palabras de Aub para explicarlo . Se mató por temor, por vergüenza, por debilidad.

Es una historia que traigo grabada desde hace mucho tiempo. Ustedes perdonarán lo inopinado de la intervención pero el suceso realmente sucedió y da cuenta de los extremadamente amplios límites del ser humano. Vale y gracias por la lectura.

Reyes
[2:56 p.m.]