BITACORA DEL DESHIELO


BITACORA DEL DESHIELO

[ enero 29, 2004 ]

RELACION DE SUCESOS ACAECIDOS EN EL ESTADO DE ZACACATECAS EN EL AÑO DE NUESTRO SEÑOR.....

 

Así se hubiera llamado esta constancia que escribo en el improbable caso de que la hubiera realizado por ahí de 1800. Ni modo, tendré que ponerle un nombre menos rimbombante: Crónica de Zacatecas, pues.
Estuve en Zacatecas a finales del año pasado. Siempre regreso, es casi una peregrinación. A veces solo, a veces en bulla; siempre con un ánimo ermitaño. Desde niño fue un lugar de soledad, de separación; sin embargo me era increíblemente atractivo. Es el lugar de mis antepasados, es un lugar que cambia poco y sólo superficialmente. Suerte de isla de profundos asideros, de dolores tan marcados que sólo en la chanza es posible sobrellevarlos. Me explico. Mi padre, y yo mismo, nacimos en un pueblo en la región sureste del estado de marras, cerca de la línea divisoria con Aguascalientes y San Luis Potosí. Somos descendientes de un efímero terrateniente cuyas posesiones más sagradas eran hatos de ganado. Mala administración y mala suerte para concebir un hijo varón lo hicieron perder la mayor parte de sus propiedades (estemos de plácemes, me toca la increíble cantidad de una hectárea de tierra, sin desmontar aún). Mi papá, después de sufrir una infancia bastante triste vinó a la ciudad de México de "vacaciones" y continúa aquí (aunque ya vive en el Estado de México). Aquí se casó, tuvo hijos -yo soy el único que nació en la villa-, y sigue. Algunos de mis mejores recuerdos infantiles son de mi estancia en tal lugar.
Cada viaje al pueblo era una especie de liberación, era alegría. Sin embargo, había historias ocultas que yo conocí sólo cuando adulto. Un tío cuya esposa lo engañó con el cuñado, el viaje de éste y el aún desconocimiento de su paradero. Constantes fricciones entre mi abuelo y algunos tíos, el sufrimiento de mi abuela con un marido borracho y golpeador. Yo no lo sabía entonces, todo parecía tan fácil, terso, suave. Quizá tiene que ver la infancia para tal optimismo irracional.
Recuerdo el cuarto que nosotros habitábamos eventualmente. Ahora que lo pienso, es la muestra de las desventuras de un hombre, de su propia vida sobresaltada, me explico, es el de mi tío abandonado. Ahí crió a sus hijas, ahí las hizo sufrir y de ahí escaparon. Mi tío vive sólo ahora. Entrando se percibe una semioscuridad y un olor amargo, un tanto sudor y otro poco cigarro fuerte. Los enseres arman un caótico escenario. Algunos cuadros, (de un santo, fotos de sus hijas) , algún diploma, calendarios de 1995, paredes cafés de polvo, camas desvencijadas y un mundo de cosas guardadas en cajas.
Es una zona semidesértica, es natural el polvo, tanto que ya los pobladores han aprendido a convivir con él. La vida transcurre encubierta: durante el día al interior de las casas; en la noche cubierta por la oscuridad. Solamente en diciembre y en algunas fechas del año, se despereza el pueblo, se llena de gente. Es la vuelta de los mojados, de los inmigrantes. Se suceden las bodas, los bautizos, los XV años, los bailes. El centro se halla atestado de autos gringos, de marcas desconocidas aquí, de hombres que miran con asombro esto que dejaron hace uno, dos o tres años.
No es un idilio. A uno de mis hermanos lo golpearon ("chilanguito"), a un primo también le dieron una tunda por un asunto de celos entre machos. Recién hubo balacera en un baile. El resultado fue un hombre con un rasguño en la cabeza y otro con una bala en lugar de molares. Periódicamente hay madrazos, es normal. ¿Será que esto ocurre en toda la provincia mexicana?
Las historias de muerte son constantes. Cada año llega algún nacido aquí en caja de madera. De otros jamás se vuelve a saber. No ha mucho murió un hombre por piquete de abeja, otros por mordedura de serpiente, por ebriedad. Sin embargo, los hombres son alegres, chanceros, cábulas. Llenos de historias, se deleitan en contarlas. Hablar es más que un medio para acordar, es una manera de conjurar la muerte. Esa que ronda en cada momento de su vida, a ellos más que a otros.
Bueno, bueno. Creo que no tengo esa gracia para las anécdotas así que paso a retirarme. Si alguien quiere que les refiera algunas de relatos, avíseme. Si no, pues de cualquier manera avíseme. ¿Bien?

Reyes
[3:02 p.m.]

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