[ mayo 22, 2003 ]
¿Por qué hay tantos humanos que les gustan los temas extremos? Me pregunto y acaso solamente para hacerse creer que su vida es mucho más que el trabajo sencillo y breve que realizan diariamente. Puede ser esa la respuesta sin embargo, también es posible que sirva en un nivel aun más profundo para hacerse saltar lo que pasa en su muy cercano derredor. Cualquier persona, y en eso me incluyo sinceramente, se siente atraido por las infinitas posibilidades que les brinda el mal. Sería un limitado quien en su vida ha intentado tener las sensaciones de otras personas. No importa el mal que hayan hecho.
Si eso fuera incierto, ¿quién de ustedes me explica por qué se venden tantos libros de personajes tan nefastos como Carlos Salinas, Luis Echeverría y hasta Carlos Slim, pasando por bodrios como los Marta o La jefa. Una dotación de libros de Carlos Catemó S. para quien ofrezca una respuesta.
El mal, entendido como lo contrario a las buenas conciencias, ofrece una diversión especial. Tema de tantas personas ilustres (uno que apenas llega a escéptico de dos a tres pm no puede más que aventurar pequeñas tesis cercanas a su muy modesto entender) no nos es dable ser abordado sino con muy evidentes buenas intenciones. El mal, con minúsculas, somos todos, pero lo somos en que tenemos la capacidad de hacer algo distinto a la generalidad. Así es que el bien es orden y la maldad en todo momento crea cambios, variaciones. Esto no será aceptado, por lo menos con facilidad por los "bonitos", pero es así. El mal, siempre, es movimiento y acaso corrupción. El bien se basa en la inmovilidad y en la explicación fácil de las cosas, en las terceras personas, en la lucha (si es que la hay) breve. El siglo pasado, acaso la totalidad de la historia humana, es el intento por llegar al más absoluto orden. Alguno de ustedes puede considerarse bueno, cuidado, no levanten la mano, recuerden que ese inefable grupo incluye a inocentes que iniciaban guerras o que simplemente empujaban a otros a sumirse en la conformidad.
Por mucho tiempo el máximo logro al que se podía aspirar era la virtud: rompamos esa idea. Hagamos, por lo menos un discurso sincero y digamos que queremos estar sobre otros y mejor que los demás. Tampoco creamos en los valores altos y nobles de la ciencia y la verdad. Aceptemos la diversidad. Incluso las palabras ya no significan lo mismo. Liberar es hacer la guerra; democratizar es establecer un ferreo yugo. La mentira como divisa. Por lo menos aceptémoslo honradamente.
Ah caray, me salió sobrecargadito el discurso.
P.D. Resulta interesante poner el mal arriba
P.D.1Escuchen
Mi amigo Satán, de Sabina
[3:37 p.m.]